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     La capacidad de diferenciarse y destacar entre los demás es una característica innata del ser humano. Las almas grandes y excelentes pueden distinguirse de las débiles y comunes mediante las altas ideas, las acciones heroicas, las virtudes francas y los sacrificios desinteresados.

     El distanciarse de lo común y dedicarse a lo elevado, bello y sublime genera el respeto de los pares, la admiración del pueblo y el amor de las personas. Este respeto, estimación y amor inmortalizan el nombre de quien los alcanza y transfieren a sus herederos esa nobleza y honor, que son prueba de la excelencia de una persona. Aquellos que buscan honores desean este reconocimiento de excelencia. En la antigüedad, este reconocimiento solo podía perpetuarse para la enseñanza, admiración y respeto de la gente a través de señales exteriores de acciones, hechos y logros visibles para todos. Según San Antonio de Florencia, estas señales consolidan el honor temporal, que debe ser priorizado sobre lo material, ya que es el apoyo más necesario para adquirir y mantener la virtud, y muchas veces su mayor recompensa.

     Reconociendo que las demostraciones visibles de logros destacados y acciones nobles eran los documentos del honor y la nobleza, fue necesario crear un arte que preservara en las familias el brillo y el prestigio de sus antepasados, motivándolas a seguir su ejemplo. Además, este arte ayudaba a mantener el respeto de los demás hacia aquellos que, por fortuna, heredaban un legado tan valioso y honorable.

     Este arte se llamó Arte del Blasón. Pero antes de definirlo y explicarlo, es útil examinar brevemente sus fundamentos. Estos fundamentos, como se ha mencionado, eran las señales de nobleza y dignidad conocidas como Armas o Armerías.

     Ahora bien, ¿fueron siempre las armerías símbolos de honor y nobleza? Esta es la primera cuestión que debemos esclarecer. Muchos estudiosos de la heráldica, al investigar el origen y el uso de las armerías, se perdieron en la antigüedad.

     Algunos autores, como Fernand Mexía, han llegado a rastrear el origen de las armerías hasta el Arcángel San Miguel y sus huestes angélicas, afirmando que portaban escudos blancos con cruces rojas cuando derrotaron a Lucifer y sus seguidores. Sin embargo, esto cae en el ámbito de lo absurdo y solo ofrece interés desde una perspectiva fantástica, ya que esa lucha, al ser entre espíritus, no puede tener detalles materiales.

     Otros, como Favyn, sitúan el origen de las armerías en Adán, quien, en memoria de la caída del hombre, llevaba como emblema la figura del Árbol de la Vida con una serpiente enroscada en sus ramas. Según esta versión, los hijos de Set continuaron usando armas heráldicas, adoptando plantas, frutas y animales para diferenciarse de los descendientes de Caín, quienes eligieron símbolos de herramientas de las artes mecánicas que practicaban.     Segoing, en su obra "Teatro de Honor", aunque criticado por Moreri, sostiene que los inventores de las armerías fueron los hijos de Noé después del Diluvio. Por su parte, Colombiére afirma que Osiris, nieto de Noé e hijo de Caín, usaba como armas un cetro con un ojo abierto en la punta, así como un sol y, a veces, un águila. Isis tenía una luna como símbolo, y Nemrod, el primer rey de los babilonios, un carnero.

     Otros tratadistas, respaldados por Diodoro de Sicilia, sugieren que fueron los egipcios quienes crearon las imágenes simbólicas y que de ellos proviene el uso de las armerías, frecuentemente representadas con la figura de un buey.

     Hay también autores que ubican el origen de las armerías en el pueblo hebreo, ya que cuando salieron de Egipto hacia la Tierra Prometida se dividieron en doce tribus o familias, cada una con sus propias insignias y banderas.

     Según algunos, esas doce tribus representaban los doce signos del Zodíaco y eligieron por armas las imágenes correspondientes. Otros sostienen que sus armerías se basaron en las expresiones metafóricas que Jacob utilizó para profetizar el destino de sus hijos después de su muerte. Así, la tribu de Rubén adoptó unas ondas de agua; las de Simeón y Leví, dos copas; la de Judá, un león; la de Isacar, un asno; la de Zabulón, una nave y un ancla; la de Dan, una serpiente; la de Gad, un hombre armado a caballo con una espada en la mano; la de Aser, un manojo de espigas; la de Neftalí, un ciervo; la de José, un arco y dos flechas; y la de Benjamín, un lobo.

     Algunos tratadistas también consideran a los argonautas como los inventores de las armerías, sugiriendo que ya las utilizaban en su expedición a Cólquida en busca del Vellocino de Oro. Incluso, ciertos autores especifican las armas que portaban los cincuenta y cuatro compañeros de Jasón, asignando a este un escudo rojo sembrado de dientes; a Tifis, uno púrpura con un grifo de plata membrado, picado y armado de rojo; a Cástor, un escudo azul con una estrella de plata; a Hércules, un escudo púrpura con una hidra de siete cabezas; a Pólux, un escudo rojo con una estrella de plata; y a Teseo, uno del mismo color con un minotauro de oro.

     Tampoco falta quien atribuya el uso de las armas a figuras del pasado, como Josué, a quien se le atribuye un escudo de oro con un sol; a David, uno rojo con una lira o arpa de oro; y a Judas Macabeo, uno de plata con un dragón rojo.

     Marcos Wilson sostiene que el origen de las armerías se encuentra en los ejércitos y legiones romanas. 

     Steenwech y Turnebo afirman que el uso de las armerías surgió de la costumbre establecida entre los soldados romanos de llevar escudos blancos durante el primer año, para luego pintar en ellos jeroglíficos que recordaran y simbolizaran sus hazañas. Además, hay quienes atribuyen su invención a los griegos durante el sitio de Troya, basándose en las figuras que representaban en sus escudos, mencionadas por Homero, Virgilio y Plinio.

     En lo que todos los tratadistas coinciden es en que varios imperios, reinos, repúblicas y soberanías solían tener sus propias armas heráldicas. Por ejemplo, los armenios llevaban un león coronado; los asirios, una ballena con un niño montado en ella; los medos, tres coronas; los atenienses, una lechuza; los babilonios, una paloma que representaba a su reina Semíramis; los persas, un águila; los lacedemonios, una V; los macedonios, la clava de Hércules entre dos astas; los egipcios, un buey; los hebreos, el Tau, que es la letra T, símbolo de salud y figura profética de la muerte de Cristo en la cruz; los escitas, un rayo; los partos, una cimitarra; los africanos, un elefante; los cartagineses, un toro; los godos, una osa; y los romanos inicialmente un lobo, luego un buitre, un caballo y un jabalí, hasta que en el consulado de Mario adoptaron un águila.

     Todas estas armas fueron elegidas por los pueblos sin otro propósito ni significado que su propia voluntad de distinguirse entre sí, sin seguir otras reglas fundamentales más que los caprichos de la gente. Por lo tanto, distan mucho de ser las verdaderas Armerías del Blasón, como las define el Marqués de Avilés en su Ciencia Heroica. Estas son "señales de honor y virtud, compuestas por figuras y colores específicos y fijos, que sirven para marcar la nobleza y distinguir las familias y dignidades que tienen el derecho de llevarlas".

     Ahora bien, ¿cuándo y cómo empezó el uso regulado de las armerías como símbolos de honor y virtud, lo que más tarde dio origen al Arte del Blasón? Según varios autores, el primero en establecer reglas para las armerías fue Alejandro Magno, rey de Macedonia.

     Sobre este tema, Casaneo en su "Catálogo Gloria Mundi" menciona que el gran filósofo Aristóteles, al considerar que para motivar a un corazón generoso no había imán más poderoso que el reconocimiento y la preservación de su honor, cuya prerrogativa, no menos importante que otras, incluía llevar insignias y armas, instó a Alejandro a otorgar emblemas e insignias honorables a sus soldados cuando solicitaran un justo reconocimiento por sus méritos y valor.

     Alejandro siguió el consejo y lo puso en práctica con gran éxito en varias ocasiones. Una vez establecida esta costumbre, tuvo que establecer normas y desarrollar un método para el uso de las armerías. Instituyó Reyes de Armas y Heraldos que, según un método establecido, describían y otorgaban las armerías.

     Sin embargo, esta opinión no garantiza su solidez. Es importante considerar la que atribuye el establecimiento de esas reglas al influjo de las Cruzadas. Durante estas santas expediciones, si bien la nobleza perdió mucho de su poder y riqueza, ganó notablemente en ilustración y distinciones honoríficas.

     El espíritu de caballería, que fue un adorno en esas épocas rudas y primitivas, suavizó las costumbres y contribuyó al avance de la civilización, fusionando, por así decirlo, en un mismo culto, a Dios y las damas. Los torneos y otras actividades militares que se pusieron de moda encantaron a Occidente con la representación de las hazañas de la guerra santa. Los guerreros de Ultramar trajeron consigo toda la magnificencia de Oriente a las Cortes.

     Los escudos de armas se volvieron más necesarios y comenzaron a surgir los nombres de las familias. El uso de emblemas creció tanto que fue necesario establecer un código heráldico. Ante estas reglas, los escudos comenzaron a ser llevados con más propiedad.

     En lo que todos los tratadistas más destacados de la ciencia heráldica están de acuerdo es en que el establecimiento de las reglas de las armerías y su uso ordenado comenzó en Alemania alrededor del año 919, durante el reinado de Enrique I, duque de Sajonia, conocido como "el Pajarero" porque, según afirma el Padre Musancio, estaba cazando pájaros cuando recibió la noticia de su elevación al trono.

     Vallemont, el Padre Menestrier y otros añaden que este Emperador fue el primero en introducir los torneos en Alemania como una forma de entretenimiento y ejercicio militar para entrenar a la antigua caballería en el manejo de las armas y en el ejercicio de su valor. Estos torneos se establecieron de tal manera entre los alemanes que se celebraban como fiestas solemnes cada tres años.

La participación en los torneos se volvió tan honorable que solo se permitía la entrada a aquellos que tuvieran confirmado su honor y nobleza por el soberano. Como señal de esto, se les otorgaban algunas insignias para que fueran reconocidos tanto en sus armas como en sus vestimentas.

     Esto dio origen a las Armerías del Blasón, como afirma el Padre Claudio Menestríer, experto en estas materias. Él sostiene que muchas de las piezas que se ven en el escudo provienen de las armas y vestimentas que utilizaban los caballeros en los torneos. Por ejemplo, los Palos, los Chevrones y los Sotueres se originaron a partir de los pedazos de las barreras y palenques donde se realizaban los juegos. Los Roques y los Anillos provienen de los juegos y cursos de la sortija, mientras que las Bandas y las Fajas se inspiraron en las bandas que llevaban los caballeros que participaban en estas festividades.

     Por lo tanto, podemos afirmar, siguiendo la opinión de ese sabio jesuita, el Padre Musancio y otros destacados autores, que las Armerías del Blasón no tienen ochocientos años de antigüedad. Aunque su uso comenzó en los torneos de Alemania en el siglo X, no se empezaron a establecer preceptos y reglas fijas y determinadas para ellas hasta el siglo XI, y no fueron estables y transmitibles en las familias hasta el siglo XIII.

     Sintetizando todo lo dicho, llegamos a la siguiente conclusión: Hasta el siglo X, las armas o armerías eran simplemente jeroglíficos, emblemas y caracteres personales y arbitrarios, pero no representaban señales de honor y nobleza que se transmitieran de generación en generación. Este nuevo significado comenzó a adquirirlo las armerías en el siglo X, como resultado de los torneos, y su uso se regularizó y perfeccionó en los tres siglos siguientes.